
Los candidatos fantasmas para 2026
Septiembre 4 de 2025.- En Colombia las elecciones presidenciales son como esos reality shows interminables: cada temporada se anuncian decenas de participantes, todos convencidos de que van a ganar, pero al final solo un par llegan a la final y la mayoría termina llorando en una rueda de prensa con menos público que una misa de martes. Y la campaña de 2026 no es la excepción.
Ya empiezan a aparecer los candidatos fantasmas, esos personajes que hacen ruido en encuestas, que generan titulares de prensa con frases explosivas y que hasta tienen cuentas de Twitter infladas con bots, pero que en el fondo saben —y todos sabemos— que nunca llegarán a primera vuelta.
La pregunta del millón es: ¿por qué insisten en lanzarse si sus posibilidades son más pequeñas que las de encontrar a un congresista honesto? La respuesta es sencilla y brutal: porque en Colombia ser precandidato presidencial es un excelente negocio. No necesariamente para gobernar, pero sí para negociar. Una precandidatura asegura contratos, embajadas, ministerios, curules al Senado por “coalición” y, sobre todo, visibilidad política para seguir respirando otros cuatro años en la nómina estatal.
El show ya empezó: la lista que crece cada semana
El calendario electoral es claro: los candidatos oficiales podrán inscribirse entre el 31 de enero y el 13 de marzo de 2026. Pero desde ya tenemos la primera camada de valientes —o ilusos— dispuestos a subirse al ring.
Mauricio Lizcano, exministro del Interior, exsenador y heredero político de una de esas familias que nunca dejan la política, aunque cambien de color de camiseta.
Leonardo Huerta, exdefensor del pueblo para temas de salud, que encontró en la indignación ciudadana por el sistema sanitario una plataforma para armar tolda.
Jaime Araújo, expresidente de la Corte Constitucional, que quiere pasar de la toga al tarjetón.
A ellos se suman nombres que se escuchan en los pasillos del Congreso y en las cocteleras de la élite: David Luna, Claudia López, Daniel Quintero, Mauricio Cárdenas, Juan Daniel Oviedo, José Manuel Restrepo, Jaime Pumarejo y María Claudia Lacouture.
Todos distintos, todos con discursos muy pulidos, pero con un mismo diagnóstico: la mayoría no pasará de ser humo electoral.
El fantasma del ego: candidatos que confunden Twitter con votos
En la política colombiana hay una ilusión peligrosa: la de creer que las tendencias en redes sociales equivalen a votos. Muchos de estos precandidatos tienen ejércitos de community managers que los convierten en estrellas de X (antes Twitter), Instagram o TikTok, pero cuando se trata de poner urnas en barrios populares, sus seguidores brillan por ausencia.
Un exministro que hoy sueña con la Casa de Nariño me lo confesó en corto: “no me importa perder, lo que necesito es que me vean”. Así funciona la cosa. Un candidato fantasma no mide su éxito en votos, sino en cuántos puestos de poder logra negociar después de hacerse notar.
Negocios disfrazados de campañas
La precandidatura presidencial en Colombia se convirtió en la tarjeta de presentación más cara y más rentable. Montar un comité promotor, inscribir un movimiento por firmas y organizar eventos en plazas públicas no solo da visibilidad, sino que sirve como puerta de entrada para negociar con quien tenga verdaderas opciones.
Cuando llegue la recta final, estos fantasmas electorales no estarán en tarima dando discursos, sino sentados en hoteles cinco estrellas negociando ministerios, embajadas y contratos. Lo vimos en 2018, lo vimos en 2022 y lo volveremos a ver en 2026: muchos se lanzan no para gobernar, sino para vender su capital político al mejor postor.
Los partidos: la incubadora de fantasmas
La crisis de los partidos tradicionales —Liberal, Conservador, La U—o la oposición: Centro Democrático, Cambio Radical, Alianza Verde los ha convertido en incubadoras de fantasmas presidenciales. No tienen una figura sólida que los represente, pero sí varios precandidatos dispuestos a desgastarse en internas absurdas para, al final, terminar apoyando a un independiente o a un outsider.
El Partido Liberal, por ejemplo, se debate entre un puñado de nombres que nadie fuera de la sede de la 35 conoce, y el Conservador apuesta a figuras recicladas que ya demostraron ser poco competitivas. Al final, estos partidos se limitarán a negociar burocracia con el ganador de turno, como lo han hecho durante décadas.
El espejismo de las firmas
Los candidatos por firmas merecen mención aparte. Venden independencia, pero detrás de sus comités promotores suelen estar empresarios, exfuncionarios con cuentas pendientes o clanes regionales que buscan lavar su imagen. Recolectar firmas en Colombia se volvió un negocio paralelo: contratistas pagan por cada rúbrica, se montan maquinarias improvisadas y, en muchos casos, la Registraduría termina validando documentos que luego la justicia cuestiona.
El resultado: candidaturas débiles en lo electoral, pero fuertes a la hora de negociar apoyos con los verdaderos pesos pesados.
Fantasmas con antecedentes
Aquí viene la parte más jugosa de este confidencial: varios de los que hoy suenan para 2026 cargan con procesos judiciales o antecedentes que podrían dejarlos fuera de la carrera.
Juan Daniel Oviedo, por ejemplo, ya fue sancionado por el Consejo de Estado con pérdida de investidura como concejal de Bogotá por vicios en su inscripción. Un lunar que lo deja mal parado frente a una eventual candidatura presidencial.
Otros nombres, como Federico Gutiérrez o Josué Alirio Barrera, enfrentan cuestionamientos en tribunales regionales por sus gestiones locales, aunque aún no pesan condenas firmes en su contra.
Y no olvidemos que varios exministros, como Mauricio Cárdenas o José Manuel Restrepo, tendrán que responder por decisiones económicas que marcaron crisis en sus periodos.
En contraste, otros aspirantes como Claudia López o Sergio Fajardo, aunque cargan mochilas de impopularidad y cuestionamientos políticos, no tienen aún procesos judiciales graves que los inhabiliten.
Epílogo venenoso: menos de 15 en la línea de partida
De aquí a marzo de 2026, la baraja de precandidatos se inflará como globo de cumpleaños. Pero a la hora de la verdad, menos de 15 nombres llegarán inscritos oficialmente. Los demás se esfumarán como buenos fantasmas, convertidos en coequiperos de campaña, negociadores de burocracia o simples comentaristas de televisión.
La política en Colombia no es un concurso de ideas, sino de resistencia: sobreviven no los mejores, sino los más hábiles para negociar. Por eso, cuando vea la próxima encuesta con 30 precandidatos, no se engañe: la mitad solo quiere un ministerio, una embajada o un buen contrato.
En resumen, la campaña presidencial de 2026 será otro desfile de vanidades, con muchos disfrazados de salvadores y pocos con verdaderas opciones de cambio. Y como siempre, la mosca en la sopa seguirá ahí: zumbando, incómoda, pero imposible de ignorar.