
Redacción MUNDO
La reciente decisión del presidente de Irán de poner fin a la cooperación con el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) no es solo un gesto simbólico de ruptura diplomática. Es, en realidad, una jugada calculada dentro del tablero geopolítico que redefine los riesgos nucleares en Medio Oriente y plantea nuevas amenazas para la seguridad global.
La medida fue ratificada esta semana por el Ejecutivo iraní, luego de que el Parlamento aprobara una ley que exige cesar la colaboración con el organismo de la ONU. El respaldo fue unánime, como era previsible en un sistema político donde tanto el Parlamento como el Consejo de Guardianes responden en última instancia al líder supremo Alí Jamenei, figura clave de la teocracia chií que gobierna el país.
Una respuesta al cerco occidental

Aunque la narrativa oficial iraní habla de “soberanía nuclear”, la decisión tiene una causa inmediata: los bombardeos conjuntos de Estados Unidos e Israel, el pasado 22 de junio, contra instalaciones nucleares iraníes en Fordow, Natanz e Isfahan. Los ataques, calificados por Donald Trump como un éxito “devastador” que habría “atrasado décadas” el programa atómico iraní, marcan un punto de no retorno.
La retirada del OIEA es, en este sentido, una respuesta de fuerza. El mensaje es claro: si Occidente no respeta los canales diplomáticos, Irán tampoco lo hará.
El acuerdo nuclear: historia de una traición anunciada
El trasfondo de este giro hay que buscarlo en 2018, cuando el entonces presidente Trump se retiró del acuerdo nuclear de 2015 (JCPOA), argumentando que el pacto era insuficiente para contener a Irán. Aquella decisión no solo resquebrajó el frágil equilibrio alcanzado con las potencias internacionales, sino que también empujó a Teherán a reactivar progresivamente su programa de enriquecimiento de uranio, que actualmente ha alcanzado niveles del 60%.
Aunque aún por debajo del 90% necesario para uso militar, este nivel es alarmante. No porque Irán haya declarado la intención de fabricar armas nucleares —algo que niega—, sino porque el margen entre la energía civil y la militar se ha estrechado peligrosamente.
¿Una bomba a la vista?
El director del OIEA, Rafael Grossi, advirtió que Irán podría reanudar un programa de enriquecimiento intensivo “en cuestión de meses”. Si esto ocurre sin supervisión internacional, el escenario se volverá mucho más volátil. ¿Está Irán buscando capacidad disuasoria? ¿O se trata de un movimiento táctico para recuperar poder de negociación?
En paralelo, Trump ha enviado señales ambiguas. A pesar de haber ordenado bombardeos, dejó la puerta abierta a negociar el levantamiento de sanciones si Irán “actúa de forma pacífica”. Un mensaje contradictorio que, en lugar de contener, podría estar alimentando el nacionalismo iraní y radicalizando su postura.
Impacto regional y global
La ruptura con el OIEA no solo afecta a Irán. Tiene consecuencias directas para los equilibrios de poder en la región:
Israel, que considera una línea roja cualquier progreso iraní hacia una bomba nuclear, podría intensificar sus operaciones militares.
Arabia Saudita y otros países del Golfo, ya embarcados en programas nucleares civiles, podrían acelerar sus propios desarrollos para no quedarse atrás.
Europa, marginada desde la ruptura del JCPOA, queda en una posición debilitada y sin capacidad de influencia real.
Rusia y China, aliados coyunturales de Irán, podrían capitalizar la situación para ampliar su presencia estratégica en la región, desafiando aún más el orden internacional liderado por Occidente.
Un riesgo que trasciende fronteras
Más allá del conflicto puntual, el principal peligro está en la erosión de los mecanismos multilaterales de control nuclear. La ONU pierde así uno de sus escasos puntos de contacto con el complejo nuclear iraní, y con ello se incrementa el riesgo de errores de cálculo, escaladas militares no deseadas y proliferación nuclear.
La decisión de Irán no es un simple portazo a Viena. Es un golpe directo a la arquitectura de seguridad internacional, que, una vez más, parece incapaz de contener las tensiones entre potencias cuando el lenguaje de la diplomacia cede ante la lógica de la fuerza.