
Por estos días, el Caribe ha vuelto a ser tablero de tensiones militares. Buques de guerra estadounidenses se mueven en aguas cercanas a Venezuela, reeditando un lenguaje de presión que parece sacado de la Guerra Fría. La pregunta que surge —y que ya resuena en medios, foros académicos y conversaciones de café— es tan simple como inquietante: ¿podría Estados Unidos invadir Venezuela y ganar la guerra?

El asunto no es solo militar. También es político, geopolítico y económico. Supone revisar las capacidades reales de Washington, la disposición del gobierno de Nicolás Maduro, el papel de Colombia y la izquierda regional, así como el posible involucramiento de potencias globales como Rusia y China.
Estados Unidos: ¿una maquinaria aún invencible?
En términos estrictamente militares, la respuesta corta parece obvia: Estados Unidos tiene poder de fuego suficiente para arrasar con las Fuerzas Armadas venezolanas en cuestión de semanas. Su presupuesto militar supera los 800 mil millones de dólares anuales, mientras que el de Venezuela es ínfimo en comparación, y su equipamiento se basa en tecnología rusa parcialmente obsoleta.
La marina estadounidense domina el Caribe con facilidad, y su capacidad aérea podría neutralizar en poco tiempo la aviación venezolana. Si la ecuación se reduce a quién tiene más tanques, aviones y misiles, el escenario parece inclinarse de manera aplastante hacia Washington.
Pero la experiencia de Afganistán e Irak deja una lección: “ganar batallas no significa ganar la guerra”. Una invasión no solo implica derrocar a Maduro, sino controlar un país con selvas, montañas y una población fuertemente ideologizada en torno al discurso antiimperialista. Estados Unidos tendría que enfrentar una guerra de resistencia prolongada y costosa, con el riesgo de desestabilizar a toda la región.
Maduro: ¿resistencia real o resistencia simbólica?
La pregunta siguiente es: ¿está preparado Nicolás Maduro para repeler un ataque?
En capacidad convencional, Venezuela tendría enormes dificultades. Sus sistemas de defensa antiaérea S-300 de origen ruso, algunos Sukhoi Su-30 y blindados modernizados ofrecen cierto poder de disuasión, pero no resistirían una ofensiva aérea y naval masiva.
El verdadero plan de Maduro estaría más cerca de una estrategia de guerra irregular: convertir el territorio en un Vietnam caribeño. La alianza con grupos armados irregulares —ELN, disidencias de las FARC, colectivos chavistas armados— permitiría mantener un escenario de hostigamiento constante.
Maduro no ganaría en el campo de batalla abierto, pero podría desgastar políticamente a Washington, mostrando la invasión como un acto imperialista contra un país soberano. En ese tablero, la propaganda valdría tanto como las balas.
¿Petro se pondría del lado de Maduro?
La situación para Colombia sería especialmente delicada. La frontera compartida de más de 2.200 kilómetros se convertiría en un polvorín.
El presidente Gustavo Petro ha defendido la soberanía venezolana y ha criticado en varias ocasiones la política de sanciones y presión de Washington. Sin embargo, la pregunta crucial es si estaría dispuesto a “poner hombres y armas” en defensa de Maduro.
La respuesta probable es que no . Colombia depende en gran medida de su relación comercial y diplomática con Estados Unidos, y un alineamiento militar con Venezuela sería suicida para Bogotá. No obstante, Petro podría jugar un rol diplomático de contención, presentándose como mediador y elevando el costo político de una invasión para Washington.
En otras palabras, Petro apoyaría políticamente a Maduro, pero no militarmente.
Rusia y China: ¿aliados hasta dónde?
Muchos analistas suponen que una invasión a Venezuela arrastraría de inmediato a Rusia y China. La realidad es más compleja.
Rusia mantiene en Venezuela asesores militares, venta de armas y cooperación energética. China tiene inversiones clave en petróleo y minería. Ambos países utilizan a Caracas como ficha geopolítica para desafiar a Estados Unidos en su “patio trasero”.
Sin embargo, ni Moscú ni Pekín parecen dispuestos a arriesgar un enfrentamiento directo con Washington en el Caribe. El apoyo sería principalmente diplomático, financiero y de inteligencia militar, con suministro de armas, tecnología y respaldo en foros como la ONU.
El escenario más probable es que Venezuela se convierta en otro punto de tensión indirecta, similar a Siria o Ucrania, donde las potencias rivales miden fuerzas a través de terceros sin llegar a enfrentarse directamente.
Brasil, México y Cuba: equilibrios y alineamientos
En América Latina, los posicionamientos serían clave.
* Brasil: con Lula en el poder, Brasil jugaría una carta de equilibrio. Su interés estaría en evitar la guerra y proteger la estabilidad regional. Difícilmente se pondría del lado militar de Maduro, pero tampoco avalaría una invasión norteamericana.
* México, bajo la presidencia de **Claudia Sheinbaum**, se presenta más compleja. Desde que asumió el cargo el 1 de octubre de 2024 como la primera mujer presidenta del país, , Sheinbaum ha enfrentado presiones intensas de la administración de EE. UU. —en particular del expresidente Donald Trump— sobre temas de narcotráfico, migración y tarifas.
Su estrategia ha sido firme: ha reafirmado la soberanía nacional, rechazado la presencia de tropas estadounidenses en territorio mexicano y defendido el principio de no intervención, sin cerrar por completo las puertas a la cooperación en seguridad.
En una eventual confrontación militar contra Venezuela, lo más probable es que Sheinbaum mantenga una posición diplomática mesurada, ni alineándose militarmente con Maduro ni facilitando una intervención estadounidense. Su enfoque estaría más en preservar la autonomía mexicana y ejercer presión mediante el diálogo y la diplomacia.
* Cuba: La Habana sería, como siempre, el aliado más firme de Caracas. Ya lo ha demostrado enviando asesores de inteligencia y médicos que cumplen funciones logísticas. Una invasión a Venezuela sería vista en Cuba como un ataque indirecto a su propio régimen.
¿Quién gana en este tablero?
El gran dilema no es si Estados Unidos podría derrotar a Venezuela en un enfrentamiento convencional —la respuesta es sí—, sino qué tan dispuesto está Washington a pagar el costo humano, político y económico de esa guerra.
Una invasión significaría decenas de miles de muertos, millones de desplazados, una crisis humanitaria en Colombia y el Caribe, y la radicalización del chavismo como mito de resistencia. Además, reavivaría la narrativa antiimperialista en toda la región, otorgándole a Maduro un lugar en la historia que hoy no tiene.
Venezuela, por su parte, no podría vencer en lo militar, pero sí podría sobrevivir políticamente como símbolo de resistencia, apoyándose en la solidaridad de potencias rivales y en una red regional de simpatizantes.
Conclusión: la guerra que nadie puede ganar
La pregunta inicial —¿tiene con qué Estados Unidos invadir y ganar? — se responde con un sí en el plano militar, pero con un no en el plano político y geoestratégico. Maduro no está preparado para repeler a la mayor potencia militar del planeta, pero sí para sobrevivir a través del desgaste, la propaganda y la guerra irregular.
El verdadero campo de batalla estaría menos en Caracas y más en Washington, Moscú, Pekín y las capitales latinoamericanas. Una invasión a Venezuela sería el inicio de un conflicto sin ganador claro, con consecuencias devastadoras para toda la región.
Adenda: ¿EE. UU. gana guerras o negocios?
La historia militar de Estados Unidos es un espejo incómodo. Desde Vietnam hasta Afganistán, pasando por Irak, Siria o Libia, el patrón es el mismo: “no ganan guerras, solo negocios”. Cada intervención militar ha dejado tras de sí Estados fallidos, economías destruidas, millones de desplazados y un mercado bélico que beneficia al complejo militar-industrial estadounidense, más que a la población civil de los países “liberados”.
En ese sentido, pensar en una invasión a Venezuela plantea más pérdidas que ganancias para Washington. A nivel internacional, sería leído como otro episodio de intervencionismo anacrónico en su “patio trasero”, justo en momentos en que la multipolaridad mundial limita cada vez más el margen de maniobra de la Casa Blanca.
Más aún, la presencia militar estadounidense en el Caribe podría interpretarse como una cortina de humo para sus verdaderos intereses comerciales: recuperar rutas de narcotráfico y lavado de activos que, en buena medida, el gobierno de Gustavo Petro en Colombia ha golpeado con sus políticas de incautación y desmantelamiento de redes de transporte en puertos, litorales y corredores terrestres.
En otras palabras, una ofensiva contra Venezuela no se justificaría tanto en nombre de la democracia o los derechos humanos, sino en el control geopolítico de corredores ilegales y flujos financieros que alimentan tanto a las mafias como a las élites corruptas de ambos lados del continente.
Frente a un posible conflicto abierto, Estados Unidos arriesga más de lo que podría ganar: deterioro de su imagen internacional, pérdida de influencia en América Latina frente a China y Rusia, y un repudio regional que podría unificar a gobiernos diversos —desde Lula hasta Sheinbaum— bajo un mismo argumento: la defensa de la soberanía continental.