
Redacción POLITICA
Lo que habíamos augurado desde antes de los actos del Dia de la Independencia, ocurrió tal y como lo presagiamos.
Lo que ocurrió ayer en el Congreso no fue exactamente una ceremonia patriótica, sino más bien una mezcla entre acto oficial y teatro de lo absurdo. Mientras el presidente Gustavo Petro intentaba instalar la nueva legislatura con un discurso marcado por el llamado al cambio, desde las bancadas de oposición se desplegó un arsenal de gestos, gritos, provocaciones y desconexiones políticas que hicieron del recinto una pista de circo parlamentario.
Efraín Cepeda: el maestro de ceremonias de la interrupción
Desde el Partido Conservador, Cepeda usó su rol institucional para dosificar sus intervenciones entre ironía, puyas apenas veladas y un manejo del protocolo que pareció diseñado para entorpecer en lugar de ordenar. Su llamado al respeto del reglamento se convirtió en una suerte de cortina de humo tras la que otros congresistas lanzaban sus dardos con más saña que argumento.
Paloma Valencia y María Fernanda Cabal: la dupla del desconcierto

Desde el Centro Democrático, Paloma Valencia hizo lo suyo: alzar la voz sin pedir la palabra, gesticular como si la reforma agraria se hubiera colado en su copa y acusar al presidente de “convertir el Congreso en tarima de campaña”. Cabal, por su parte, optó por la vía performática: pancartas, frases altisonantes y un tono que oscilaba entre el grito de guerra y el libreto de telenovela judicial.
La oposición como espectáculo: una bancada en modo reality
No fue solo Cepeda, Valencia y Cabal. Otros miembros de la oposición aprovecharon cámaras y micrófonos como si fuera su audición para “La Casa de las Leyes: edición rebelde”. Hubo risas en momentos solemnes, uso del celular en cadena nacional y discursos preparados más para la viralización que para el debate.
La réplica de Lina María Garrido: el epílogo en clave de confusión

La intervención de la representante Lina María Garrido al finalizar el discurso presidencial dejó más preguntas que certezas. Con frases inconexas, una dicción errática y pausas prolongadas sin coherencia argumentativa, su réplica fue recibida con incomodidad por varios asistentes y espectadores. Si bien no corresponde emitir juicios personales, lo cierto es que su alocución dejó en evidencia un nivel de desconexión —ya sea política o comunicacional— que empañó el cierre del acto.
Al final de su discurso muchos compararon a la congresista de cambio radical con la uribista que el fin de semana pasado se emborracho y disparo al aire varias veces en un conjunto cerrado en Bogotá, mientras amenazaba a sus vecinos de residencia.
una instalación que dejó el civismo en la entrada
Lo que debía ser una ceremonia sobria y republicana, terminó convertido en una muestra de la crisis narrativa que enfrenta el Congreso: opositores sin norte legislativo, oficialismo asediado y ciudadanía expectante. La “guachafita” no fue solo ruido: fue un síntoma del desgaste institucional y del vacío simbólico que aún pesa sobre el llamado “tren del cambio”. Mientras tanto, el país observa, entre la sátira y la preocupación, esperando que el próximo capítulo no lo escriban solo los libretistas del desorden.
De “jefe de la banda” a director de orquesta institucional: Cepeda y la oposición en modo bloqueo creativo
Desde que Efraín Cepeda se autoproclamó —con ironía o convicción— como el “jefe de la banda que iba a tumbar las reformas del gobierno”, la oposición en el Congreso se ha convertido en protagonista de una saga institucional que mezcla escándalos, bloqueos legislativos y coreografías de resistencia.
Escándalos y rifirrafes: la oposición en modo denuncia y contradicción
– Invías y cupos indicativos: 28 congresistas, entre ellos Cepeda y Katherine Miranda, fueron señalados por presunta corrupción en la gestión de recursos del Instituto Nacional de Vías.
– Hundimiento de reformas: La Comisión Séptima, presidida por opositores, archivó sin debate las reformas laboral y de salud, lo que generó una denuncia por “concierto para delinquir” y “prevaricato por omisión”. Aunque la Corte Suprema la desestimó por falta de pruebas, el mote de “banda antirreformas” quedó instalado en el imaginario político.
– Viaje a EE.UU. y denuncia ante la CIDH: Cepeda y otros congresistas viajaron a Washington para denunciar persecución política por parte del gobierno Petro. El presidente respondió acusándolos de “cipayos” y de buscar la destrucción de la democracia colombiana.
– Cartas abiertas y llamados a resistir: Cepeda envió una misiva a sus colegas invitándolos a “resistir” ante lo que llamó una embestida contra el Congreso, lo que provocó reacciones como la de María José Pizarro, quien lo tildó de “jefe de la banda antirreformas”.
¿Y de los Proyectos que?
Este es un resumen de los proyectos presentados por la oposición, entre símbolos y contrarreformas en esta legislatura
– Ley de honores a Misael Pastrana y exaltaciones simbólicas a figuras conservadoras.
– Proyectos sobre seguridad vial, alimentación en cárceles y educación rural, con enfoque técnico pero sin impacto estructural.
– Propuesta de reforma laboral alternativa, que fue archivada tras el hundimiento de la versión oficial del gobierno.
– Críticas al proyecto de paz total, con advertencias sobre impunidad y defensa del Estado de Derecho.
Balance: oposición activa, reformas selectivas y una legislatura marcada por el freno institucional
La legislatura presidida por Cepeda Sarabia se caracterizó por:
– Bloquear las reformas bandera del gobierno (salud, pensional, laboral en su primera versión).
– Aprobar proyectos de consenso técnico y cultural, evitando confrontaciones ideológicas profundas.
– Convertir el Congreso en escenario de resistencia simbólica, con discursos, viajes internacionales y denuncias cruzadas.
La replica de la oposición , la cereza del pastel en la “guachafita”
Lina María Garrido, representante a la Cámara por Cambio Radical, fue una de las encargadas de realizar el discurso de réplica al presidente Gustavo Petro durante la instalación del Congreso. Durante su intervención, hizo un duro pronunciamiento y, contrario a lo que dijo el mandatario, la congresista dijo que “después de tres años no hay un solo logro para mostrar”.
Fue elegida como vocera de la oposición por su rol como segunda vicepresidenta de la Cámara y por representar a una bancada crítica con el Gobierno.
Su intervención fue una de las más duras del 20 de julio: acusó al presidente de “traicionar a Colombia”, de liderar un gobierno “que huele a podrido” y de haber “instrumentalizado” a figuras como Francia Márquez.
Su discurso provocó la salida abrupta de Petro del recinto, lo que convirtió a Garrido en tendencia nacional y en símbolo de la oposición frontal.
El 20 de julio que acabamos de vivir no fue un acto de independencia, sino una radiografía en tiempo real de nuestras dependencias más profundas: al espectáculo, a la polarización, al caos institucional como herramienta de protagonismo. La oposición ha perfeccionado la guachafita como método; el oficialismo, el discurso épico como escudo. Las cortes manejan el semáforo, los congresistas bailan sobre los rieles y el presidente navega entre misiles reales y fantasmas mediáticos.
En medio del desfile, la réplica errática, el tren frenado y las comparsas con sombrero institucional, queda claro que lo que celebramos no fue una nación libre, sino una democracia a medio construir donde cada actor busca su momento de viralidad.
Pero quizás, entre la cumbia, el ruido y la tutela, haya un mensaje claro: la verdadera independencia no está atrás, en los próceres de mármol. Está adelante, en las urnas del 2026, donde el país decidirá si quiere seguir repitiendo la coreografía del caos o escribir una versión digna de su libertad.
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