
El mandatario juró distanciarse de los conflictos globales – el tiempo dirá si cumple
Redacción MUNDO
Donald Trump ha vuelto a mostrar que su estilo político sigue intacto: directo, imprevisible y marcado por intereses que oscilan entre lo electoral y lo personal. Hoy, el epicentro de la tensión global se traslada a Medio Oriente, donde Israel, tras sufrir los más recientes ataques de Irán sobre su territorio, ha solicitado oficialmente a Washington una participación más activa y directa en el conflicto. El mundo contiene la respiración.
Trump, que durante su primer mandato ya redefinió la política estadounidense hacia la región —retirándose del acuerdo nuclear con Irán y consolidando una estrecha alianza con el gobierno de Netanyahu— enfrenta ahora la disyuntiva de involucrar a EE. UU. en un conflicto abierto. Su retórica ya apunta en esa dirección: defensa “inquebrantable” de Israel y la promesa de “responder con fuerza” a las agresiones de Teherán.
Las consecuencias de tal decisión serían de escala global. Un compromiso militar estadounidense, más allá de la ayuda logística o de inteligencia, podría detonar una guerra regional de consecuencias imprevisibles. Para Rusia, enfrascada aún en Ucrania pero con intereses estratégicos en Siria y vínculos con Teherán, la escalada abriría un nuevo teatro para desafiar la hegemonía de EE. UU. en Medio Oriente. China, cuyo enfoque es más pragmático pero que mantiene lazos comerciales y energéticos con Irán, vería con interés cómo Washington se dispersa en varios frentes, debilitando su capacidad de contención en Asia.
Moscú y Pekín han emitido ya señales claras: no desean una guerra regional, pero tampoco permitirán que un eje Washington-Tel Aviv imponga un nuevo equilibrio en su patio trasero. China, en particular, teme una disrupción prolongada en el suministro energético global, en momentos en que busca estabilizar su economía. Rusia, por su parte, aprovecharía la oportunidad para reforzar su narrativa antioccidental y capitalizar en el caos, quizás aumentando su propio margen de maniobra en Europa del Este y el Cáucaso.
El escenario más probable sería una “intervención escalonada”: bombardeos selectivos, ataques cibernéticos y un aumento del aislamiento diplomático a Irán. Sin embargo, incluso esa intervención limitada provocaría un alza brutal en los precios del petróleo, inestabilidad en los mercados internacionales y nuevas olas de migración hacia Europa, aumentando las tensiones políticas internas en el continente.
¿Está preparado el mundo para una nueva guerra bajo la firma de Trump? La respuesta es no. Europa, dividida y aún arrastrando las secuelas de la guerra en Ucrania, carece de una política unificada para contrarrestar un colapso regional. Las potencias emergentes, mientras tanto, maniobran para sacar ventaja de un orden global cada vez más fragmentado.
En última instancia, si Trump decide dar el paso y llevar a EE. UU. a un conflicto abierto con Irán al lado de Israel, lo que estará en juego no será solo el equilibrio en Medio Oriente. El impacto sacudiría los cimientos del sistema internacional, ya profundamente erosionado por años de rivalidades geopolíticas. El mundo entraría así en una nueva era de incertidumbre.