
Unidad Investigativa
En Colombia, el sistema judicial ha sido presentado durante décadas como un baluarte del Estado de derecho, garante de la Constitución de 1991 y contrapeso frente a los excesos del Ejecutivo y del Legislativo. Sin embargo, las recientes decisiones del Consejo de Estado, el más alto tribunal de lo contencioso administrativo, han puesto en evidencia un fenómeno que preocupa tanto a constitucionalistas como a analistas políticos: la aparente conversión de esta corporación en un brazo opositor al gobierno de Gustavo Petro y en un freno a las reformas estructurales que prometió en campaña.
Más allá de la narrativa oficial de “control judicial”, lo que se observa es una línea jurisprudencial que, en la práctica, ha favorecido a sectores políticos opositores y debilitado al bloque oficialista en vísperas de las elecciones de 2026. La pregunta que subyace es si estamos frente a un ejercicio legítimo de control institucional o a un “activismo judicial con inclinaciones políticas” que amenaza con distorsionar el equilibrio democrático.
Un tribunal con poder expansivo
El Consejo de Estado no es una institución marginal. Por el contrario, se trata de un tribunal con competencias que abarcan desde la resolución de demandas contra actos administrativos, hasta el control electoral de congresistas, gobernadores y alcaldes. En otras palabras, su capacidad de incidir en la vida política del país es directa y determinante.
En el actual periodo, la Sala de lo Contencioso Administrativo y la Sala Electoral han adoptado decisiones que, según críticos, han tenido un sesgo evidente en detrimento del gobierno y de sus aliados políticos.
Algunos ejemplos recientes:
* La anulación de elecciones de congresistas cercanos al Pacto Histórico por supuestas irregularidades menores en la inscripción de candidaturas.
* La suspensión de decisiones administrativas que respaldaban la implementación de programas sociales del gobierno nacional.
* Fallos que han cuestionado la viabilidad de nombramientos estratégicos de Petro en entidades clave, bajo argumentos que analistas califican como interpretaciones extensivas de la ley.
Para expertos como el constitucionalista Rodrigo Uprimny, “el problema no radica en el control judicial en sí mismo, sino en la reiteración de fallos con efectos políticos previsibles”, que terminan alineándose con los intereses de la oposición parlamentaria.
El debate sobre el Estado de derecho
Los defensores del Consejo de Estado aseguran que el tribunal está cumpliendo su labor: ejercer control sobre los excesos del Ejecutivo, garantizar la legalidad de los procesos electorales y proteger el equilibrio de poderes.
Sin embargo, voces críticas señalan que las decisiones más polémicas parecen ir “más allá de la defensa del derecho”, convirtiéndose en un factor de desestabilización política.
“En la práctica, el Consejo de Estado se ha convertido en un veto institucional al cambio político. No porque defienda el orden constitucional, sino porque interpreta la ley con criterios que terminan privilegiando el statu quo”, señala un exmagistrado que pidió reserva de su nombre.
El riesgo, explican analistas, es que se consolide un escenario donde la judicialización de la política sustituya al debate democrático, un fenómeno que no es exclusivo de Colombia, sino que se ha observado en Brasil, México y otros países de la región.
La filiación política de los magistrados
Aunque los magistrados del Consejo de Estado no son elegidos por voto popular, sus trayectorias profesionales y redes de poder son reveladoras. Muchos de ellos provienen de ternas impulsadas por partidos tradicionales o han pasado por cargos públicos en gobiernos de corte conservador o liberal.
En la actual composición de la Sala, por ejemplo:
* Magistrados con cercanía al Partido Conservador han impulsado fallos que restringen la capacidad del Ejecutivo de intervenir en procesos administrativos clave.
* Exfuncionarios de gobiernos anteriores, como el de Álvaro Uribe o Juan Manuel Santos, mantienen una visión ortodoxa del derecho administrativo, reacia a cambios estructurales.
* Un sector minoritario, más progresista, ha quedado en minoría en las decisiones de fondo.
El resultado es un cuerpo colegiado dominado por sensibilidades políticas moderadas o conservadoras, en contravía de la agenda de reformas sociales, económicas y ambientales de Petro.
Decisiones con impacto político
Varias decisiones recientes del Consejo de Estado han tenido un efecto inmediato en el ajedrez electoral y en el margen de maniobra del oficialismo:
1. Inhabilitaciones de congresistas del Pacto Histórico que alteran el equilibrio del Congreso justo cuando el gobierno necesita mayorías para sus reformas.
2. Suspensiones de decretos ejecutivos relacionados con la transición energética, frenando la narrativa de Petro sobre el fin de la dependencia petrolera.
3. Limitaciones al poder nominador del Ejecutivo, debilitando la influencia política del gobierno en entidades claves de control y vigilancia.
Estas medidas, aunque justificadas formalmente en principios legales, tienen un efecto político que analistas no dudan en calificar como un freno de mano institucional al cambio.
Elecciones 2026: un tablero condicionado por la justicia
El camino hacia las presidenciales de 2026 ya está marcado por estas tensiones. Para los partidos oficialistas, cada decisión del Consejo de Estado representa un obstáculo adicional, tanto en términos de consolidación de liderazgos como en la posibilidad de mantener cohesión en el Congreso.
En contraste, los partidos de oposición se benefician indirectamente de este clima judicial adverso. Con menos desgaste y una narrativa de “defensa de la institucionalidad”, sectores como el uribismo, el Partido Conservador y facciones liberales logran mantener presencia sin necesidad de victorias legislativas.
La consecuencia es que la arena electoral de 2026 podría estar sesgada de origen: un oficialismo debilitado no por las urnas, sino por la acción judicial.
El dilema democrático
El debate sobre el papel del Consejo de Estado abre una discusión más amplia sobre la salud democrática en Colombia. ¿Es legítimo que una corporación judicial actúe como muro de contención frente a un proyecto de cambio político avalado en las urnas? ¿Dónde termina la defensa del Estado de derecho y dónde empieza el intervencionismo judicial?
Expertos consultados coinciden en que, aunque la independencia judicial es esencial, su uso como arma política erosiona la confianza ciudadana en las instituciones.
“El Consejo de Estado debería ser un garante neutral del orden jurídico, no un jugador con agenda propia. Si sigue consolidándose esta percepción, el costo no lo pagará Petro, sino la legitimidad del sistema democrático”, advierte la analista política Marcela Prieto.
Conclusión: ¿guardianes o opositores?
El Consejo de Estado, en su historia, ha sido visto como un árbitro de conflictos administrativos y electorales. Hoy, sin embargo, la percepción de que se ha convertido en un actor político encubierto cobra fuerza.
En el corto plazo, esta dinámica configura un escenario electoral de 2026 donde el oficialismo llegará debilitado y la oposición con ventaja estructural. En el largo plazo, el riesgo es mayor: un sistema democrático donde las urnas pueden ser corregidas, reinterpretadas o neutralizadas por fallos judiciales.
La gran incógnita es si Colombia transita hacia una democracia con contrapesos legítimos o hacia un modelo donde los jueces se convierten en los verdaderos árbitros de la política.
En cualquiera de los dos casos, el Consejo de Estado ya no es un actor invisible: es un protagonista que, con sus decisiones, definirá no solo el destino del gobierno Petro, sino el rumbo de la política colombiana en la próxima década.