
Por Redacción Internacional
El reciente ataque aéreo de Estados Unidos contra tres instalaciones nucleares en Irán marca un nuevo y peligroso giro en la escalada bélica en Medio Oriente, en un momento en que la imagen internacional de Washington ya sufre un serio desgaste debido a sus intervenciones armadas en el siglo XXI. El ataque, ordenado por el presidente Donald Trump, ha sido calificado por su administración como “devastador”, aunque las autoridades iraníes solo admiten daños “superficiales” a su infraestructura nuclear.
Más allá del balance militar, este nuevo episodio plantea interrogantes sobre el futuro de la seguridad global, el equilibrio en la región y la ya erosionada credibilidad de Estados Unidos como actor internacional. La posibilidad de que Irán responda con una nueva ola de ataques —contra objetivos estadounidenses en Medio Oriente o intensificando la presión sobre Israel— mantiene a la comunidad internacional en vilo.
El secretario general de la ONU, António Guterres, advirtió que el conflicto ha entrado en “un ciclo peligroso de represalias” que amenaza con extenderse. “La gente de la región no puede soportar otra ronda de destrucción”, señaló Guterres en una sesión de emergencia del Consejo de Seguridad.
Por su parte, el director del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA), Rafael Grossi, también alertó sobre el riesgo de colapso del régimen internacional de no proliferación nuclear, que podría “desmoronarse” si no se retoman con urgencia las vías diplomáticas.
El saldo incierto del ataque
El ataque estadounidense alcanzó al menos tres instalaciones clave: Fordo, Natanz e Isfahán, todos centros neurálgicos del programa nuclear iraní. Según informes preliminares del OIEA, la planta de Fordo —donde se enriquece uranio al 60%— muestra “cráteres visibles”, mientras que los accesos subterráneos en Isfahán habrían sido seriamente dañados. No obstante, la verdadera magnitud de los daños subterráneos aún no puede ser confirmada.
Grossi subrayó que esta escalada militar “pone en peligro las vidas” y aleja cualquier salida diplomática viable.
EE.UU.: ¿Otra guerra innecesaria?
Este nuevo ataque ha reavivado un viejo debate: ¿hasta qué punto las intervenciones militares estadounidenses, lejos de resolver conflictos, acaban por agravar el caos geopolítico y deteriorar la posición global de Washington?
Desde los atentados del 11 de septiembre de 2001, Estados Unidos ha estado involucrado en múltiples guerras y operaciones militares:
Afganistán (2001-2021): Dos décadas de guerra que terminaron con una retirada caótica y el regreso de los talibanes al poder.
Irak (2003-2011 / operaciones posteriores): Invasión basada en informes falsos sobre armas de destrucción masiva; la guerra dejó un país fragmentado y fue un semillero para el surgimiento de grupos como ISIS.
Libia (2011): Intervención aérea que derrocó a Gadafi, dejando un estado fallido sumido en el caos.
Siria (2014-2020): Injerencia indirecta que contribuyó a prolongar el conflicto y complejizar aún más la guerra civil.
Los costos para el pueblo estadounidense han sido altos: más de 7.000 militares muertos, decenas de miles de heridos, un gasto superior a los 8 billones de dólares, y un profundo desgaste psicológico y moral.
Además, cada intervención ha ido desgastando la imagen de Estados Unidos como potencia comprometida con el multilateralismo y el respeto al derecho internacional. La actual ofensiva contra Irán, unilateral y sin mandato internacional, profundiza aún más esta percepción de arrogancia imperial.
Un deterioro que preocupa a aliados y adversarios
A nivel internacional, la ofensiva contra Irán ha provocado malestar incluso entre aliados tradicionales de Washington en Europa, que temen una expansión regional del conflicto que afecte la estabilidad global y los mercados energéticos.
En Medio Oriente, los ataques recientes alimentan la narrativa antiestadounidense y fortalecen las posiciones de China y Rusia como actores alternativos en la región.
El prestigio de EE.UU. como líder moral se ve cada vez más erosionado en un mundo que, tras las guerras fallidas del siglo XXI, mira con escepticismo las nuevas aventuras militares de Washington.
El ataque de Estados Unidos contra Irán no solo abre un nuevo capítulo en la crisis de Medio Oriente; también refleja la dificultad de Washington para aprender de sus errores pasados. En lugar de consolidar su liderazgo global, EE.UU. corre el riesgo de profundizar su aislamiento internacional y de perpetuar un ciclo de conflictos que, lejos de fortalecer la seguridad global, solo dejan tras de sí destrucción, desestabilización y descrédito.
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