
Redacción Internacional
En medio de una compleja coyuntura diplomática para Colombia, la renuncia de Laura Sarabia como canciller representa un punto de inflexión en el entramado político del gobierno de Gustavo Petro. Lo que se presentó como una decisión “por respeto institucional” encierra tensiones que van más allá de una simple diferencia de criterio: revela fracturas internas, disputas de poder y un posible debilitamiento de la imagen internacional del país.
¿Qué dijo el Gobierno y qué significa?
Sarabia, en su carta pública, alegó que “no comparte decisiones recientes” y que el nuevo rumbo político del gobierno “no le es posible ejecutar”. Aunque mantiene un tono respetuoso hacia el presidente, el mensaje es claro: hay una fisura irreconciliable entre los principios que ella defiende y la estrategia actual del Ejecutivo.
El detonante inmediato fue el desacuerdo sobre el proceso de expedición de pasaportes, que pasaría de manos privadas a un sistema público binacional con una empresa portuguesa. Sarabia advirtió sobre el riesgo operativo de esta transición, pero fue desautorizada públicamente por Petro y su jefe de despacho, Alfredo Saade. Para muchos observadores, este no fue solo un conflicto técnico, sino un episodio simbólico del viraje centralista y poco consultivo que estaría tomando el gobierno.
Petro, por su parte, reaccionó minimizando el impacto político y enfatizando las capacidades de Sarabia, a quien calificó como una “hormiguita organizadora” vital en su campaña. El elogio parece más un intento de preservar la narrativa interna que una evaluación objetiva del momento institucional.
Implicaciones diplomáticas en un contexto frágil
La salida de Sarabia se produce justo cuando Colombia enfrenta tensiones con Estados Unidos, cuestionamientos sobre conspiraciones externas, y una creciente pérdida de confianza entre sus principales socios internacionales. En este contexto, un cambio inesperado de canciller no solo interrumpe la continuidad de la agenda exterior, sino que debilita la interlocución política ante escenarios multilaterales.
Portales especializados advierten que el relevo en la Cancillería podría comprometer procesos clave como la apertura de nuevas embajadas, la consolidación de alianzas con Europa y la participación activa en foros regionales como CELAC y UNASUR.
Fricciones internas y disputas por el poder
Sarabia no deja el cargo como una funcionaria más: era la figura más cercana a Petro y una gestora clave del poder presidencial. Sin embargo, su estilo divisivo generó resistencias dentro del gabinete. Desde Francia Márquez hasta exministras como Susana Muhamad, varias voces señalaron el exceso de centralismo y control que ejercía la joven politóloga, a quien se acusó de “encerrar al presidente”.
El “niñeragate”, las interceptaciones ilegales, y su enfrentamiento con Armando Benedetti —quien luego fue denunciado por ella ante la Fiscalía— fueron solo algunos de los episodios que convirtieron su figura en un blanco político y mediático. Aunque Petro la defendió, la acumulación de escándalos minó la credibilidad institucional de su rol.
¿Qué hay detrás de esta renuncia?
Más allá de los argumentos públicos, la salida de Sarabia deja entrever un reacomodamiento de fuerzas dentro del gobierno. La Cancillería no solo gestiona relaciones exteriores; también es un termómetro de las tensiones internas entre sectores progresistas, pragmáticos y conservadores que conviven bajo el paraguas del proyecto de Petro.
Renunciar justo antes de inaugurar la embajada en Praga, y luego de haber retomado protagonismo en Prosperidad Social, sugiere que Sarabia acumuló capital político suficiente como para marcar distancia sin desaparecer. Algunos analistas creen que esta es una jugada estratégica: no una retirada, sino una pausa en el tablero político con miras a una reaparición futura en otro frente.
La salida de Sarabia no es solo una noticia nacional; es un reflejo de cómo los liderazgos personales pueden tensar estructuras institucionales cuando el poder se administra en círculos cerrados. Y en momentos en que Colombia necesita claridad y estabilidad diplomática, el cambio en la Cancillería parece más una señal de incertidumbre que de renovación.